miércoles, 9 de marzo de 2011

CARTA A UN AMIGO FIEL

Dulce "PERDI"
Precioso "PERDI"

Llegaste a nuestras vidas a finales de la primavera de 1995. Nos dejaste a principios del otoño de 2006.
Te cuento como sucedió. Verás, aquél día Jesús había bajado al taller de Rafael para hacerle un arreglillo al coche. Al caer de la tarde, y ya de vuelta, llamó al timbre para que le abriera el garaje. Venía acompañado de Rafael, y me dijo: mira lo que llevo en el asiento trasero. De alguna manera lo intuí. Me acerqué y… allí estabas tú, hecho un rosquito, muy asustado y con unos ojitos…….
¡Jesús, estás loco! ¿qué hacemos ahora? ¿Cómo lo juntamos con el Dante?
En ese momento, Rafael intervino: si queréis me lo llevo de vuelta, pero a la protectora pues en el taller no lo puedo dejar.
En medio de la cuasi discusión tú nos mirabas tímida y discretamente. ¡Qué mirada chiquitín, qué cautivadora mirada, mirada en la que claramente se leía un mensaje: por favor, no me dejes!
Te acaricié en la cabecita y comenzaste a lamerme las manos con mucha dulzura. Te invité a salir del coche pero no querías.
En la parte exterior, el Dante, hasta ese momento el rey de la casa, esperaba al acecho. ¿Qué será eso por lo que se interesa tanto mi amita?
Por fin conseguimos que salieras. Dante se te acercó, te olisqueó y tú comenzaste a pedirle juego, pero era ya viejecito y no tenía ganas de tonterías, así que pasó de ti. ¡Mejor, pensamos!

¿Te acuerdas que, desde el primer momento, dormías pegadito al “jefe”? Tenía un gran manto de pelo y, como eras muy friolero, te servía de abrigo.
Ese mismo verano te llevamos al “Chiri”. Era tu primer viaje y pensamos que te marearías e irías inquieto. Nada más lejos de la realidad. Fuiste todo el rato hecho un ovillo y sin piar. Qué diferencia con Dante que se ponía histérico y había que darle tranquilizantes…
¡Cómo disfrutaste en Chirivel! Un día vino el tito Ramón a casa para conocerte. Al verte me dijo: ¡pero si es un a preciosidad, si tiene una cara guapísima!
Para qué te diría eso ¿verdad? Comenzaste a saltar y hacer piruetas. ¡Dios Mío, qué saltos! ¡Si parecías el perro de un titiritero!
Desde entonces la abuela te bautizó con el nombre de perdigón, en sus distintas acepciones: perdigoncillo, perdigoncete, perdigonazo…., si bien tu nombre de pila era “Perdido”, “Perdi” para los amigos.

Desde el principio demostraste tu gran inteligencia. Todos los perros son listos, pero los supervivientes callejeros aún lo son más, si cabe.
Enseguida atendiste a tu nombre, a las órdenes de “sien”, “plas”…, pero no al “ven aquí”, pues ello implicaba ponerte la correa y para casa y, claro, de eso ni mijita. Cuántas veces mirabas hacia otro lado, te hacías el sueco y cogías las de Villa Diego, o sea, ni caso. Es verdad que apenas eras un cachorro y había de llegarte la cordura algún día…… pero tu carácter tan alegre y tan vivo, muchas veces resultaba incompatible con la sensatez.

Cuando cumpliste un año, el Dante comenzó a tenerte unos celos terribles y, en ocasiones, te atacaba. ¡Pobrecito, cuan mal te lo hizo pasar! No obstante, jamás le demostraste ningún rencor, muy al contrario, le lamías sus ancianos y enfermos ojos en prueba de amor.
¡Qué solito te quedaste cuando nos dejó…! A partir de este momento me dediqué por entero a ti. Fuiste mi gran consuelo ante la pérdida de mi amigo.

A lo largo de estos once años de convivencia nos has demostrado un amor incondicional y una fidelidad sin límites.
Pero no sólo a Jesús y a mí, sino a todos los miembros de nuestra extensa familia.
Aunque yo creo, y corrígeme si me equivoco, que siempre has tenido una especial predilección por Eugenia tu otra amita que, tantas y tantas veces, ha venido a hacerte compañía cuando nosotros no estábamos; y por el abuelo que era con el único con el que te ibas a tu camita; y por Juanillo que se pasaba las horas con tu cabecita apoyada en sus rodillas; y por Lola pues erais igual de trastos….

¡Qué ausencia, Perdi, qué vacío más grande nos has dejado!
¿Cómo voy a acostumbrarme a que no me despidas cuando me voy a trabajar? Siempre sentadito muy erguido esperando que te acaricie la cabecita, y te diga: “espera a Jesús chiquitín”, y tú que bien lo entendías.
¿Y quién me va a recibir cuando vuelvo? Perdi, no te me subas, que me manchas.
¿Y tu ladrido exigiendo la salchicha de turno?
¿Y lo bien que entendías la frase. “cuida la casita chiquitín”? Aunque, claro está, teníamos asumido que si venía un ladrón, le ofrecías un cafelito y os hacíais tan amigos.
Hasta los vecinos de la calle te querían y lo han sentido mucho.

Perdi, nos has dado una gran lección en los días de tu grave enfermedad. Has luchado mucho por salir adelante y casi no tenías fuerzas. Y lo has hecho porque nos veías destrozados, tristísimos, suplicándote que pelearas por vivir. Pero no ha podido ser.
Te fuiste apagando como una velita y, agotado como estabas, lamías con gran esfuerzo mi mano en la que iba depositando un poquito de papilla para que te alimentaras. Y todo por agradarme, estoy segura de ello, por ese sentido de la fidelidad y del amor inconmensurable que, hasta el último minuto de tu vida, nos has demostrado.

Querido Perdigón, quiero creer que si hay un cielo para lo humanos también lo habrá para vosotros, nuestras amadas mascotas. Por eso espero que estés muy bien, pegadito al abrigo del Dante y haciendo tus graciosas piruetas.
Te hemos querido muchísimo y siempre estarás en nuestros corazones.

Muchísimos besos de tus amitos

Ana y Jesús

Y de los abuelos y los niños

PD: dale un besito al Dante de nuestra parte. 

                                            Mi querido Dante

No hay comentarios:

Publicar un comentario